domingo, 22 de junio de 2008

ETAPA 11 - Villafranca del Bierzo - Sarriá


Etapa 11 – Villafranca del Bierzo – O Cebreiro - SARRIA – 81 km – 6 horas 45 minutos. Velocidad media 18 km/h.


Tras dejar la capital del Temple en el Bierzo, serpenteamos durante unos 20 kilómetros por el fondo de los valles de la Comarca. Interminables pasillos forestales de hayas, cedros y castaños, en paralelo al río Valcarce (que viene del latín Val Carceris, el valle encajado).
Ríos, torrenteras, fuentes, manantiales, pozos, arroyos, afluentes. El agua en todas sus formas y exuberancia. Agua que fluye de cada piedra. De cada pared. De cada planta. Cualquier rincón se convierte en improvisado manantial. Todo rezuma agua, y los helechos dejan besos húmedos sobre el reflejo colorido y fugaz del peregrino.


El río baja susurrante, como compartiendo confidencias. A lo largo de estos primeros veinte kilómetros me habla del fluir, como la vida. Puedes poner los obstáculos que quieras, el agua – la energía vital – no los enfrenta, simplemente los rodea, los abraza, los hace suyos, y los integra en el devenir del propio rio. El rio fluye armónico. El rio forma rápidos rabiosos como esas fases vitales de transición que demandan de nosotros todas nuestras fuerzas. El rio cae en saltos de agua, en busca de nuevos cauces, de nuevos caminos, de nuevos proyectos. La vida en reinvención.

El caudal me susurra; me llama; me enseña.

A partir del pueblo de Ferrerías comienza una subida inclemente por senderos pedregosos. Veo a muchos ciclistas abandonar el camino y salir al asfalto. Hay que empujar la bici por muchos tramos. Es un camino-torrente, que canaliza toda el agua que busca ansiosa unirse a los arroyos en el fondo de los valles. Son diez kilómetros exactos de purgatorio – verde y húmedo – hasta poder tocar la gloria de O Cebreiro. Entramos en Galicia.

Si el Bierzo es la capital de los misterios del Temple en el Camino, O Cebreiro encarna toda la

magia celta y todas sus posteriores evoluciones y sincretismo con el Cristianismo dominante. El conjunto de pallozas, y su ermita-monasterio dedicado a San Benito, emanan una energía especial. Son sitios mágicos con una fuerza telúrica que seduce al peregrino, que le confirma que en esta etapa de su viaje interior, ya está entrando en un nuevo estado de perfección espiritual.

En O Cebreriro se aúnan tradiciones y leyendas, que parecen convivir con la realidad de los turistas y las tiendas de recuerdos. Aquí se respiran los arcanos más herméticos del Camino. Las fuerzas invisibles, que trazaron estas rutas como grandes canales de energía hace cientos de años.

El Camino de las Estrellas de las tradiciones druídicas, el viaje iniciático que llevaba al “que busca” al fin del mundo conocido (Finis Terrae), a la entrada del otro mundo, o al paraíso, como evocación de la perfección interior. El camino ya era una ruta de peregrinación mucho antes de que las tradiciones cristianas lo asimilaran al apóstol Santiago, y se convirtiera en el tercer punto de peregrinación más importante del cristianismo, después de Roma y Jerusalén.
Los peregrinos se guiaban por el Camino de las Estrellas. La Vía Láctea es como gran mapa dibujado en la noche, que guiaba a los peregrinos hasta su destino, a lo largo del paralelo 42. Compostela, no es otra cosa que el Campus Stellae – el campo de las estrellas – o final del viaje siguiendo la ruta marcada por los luceros. Durante el día, los peregrinos tenían una segunda fuente de referencias. El Juego de la Oca. Las bandadas de ocas, gansos y ánsares que hacían sus migraciones anuales de este a oeste, han dejado múltiples muestras de su importancia a lo largo del camino. En nombres de pueblos, en catedrales, en las leyendas locales. Es posible que la vieira que hoy representa al camino, y que lo va marcando, como símbolo del apóstol, no sea otra cosa que la asimilación cristiana de las patas palmeadas de las ocas en la tradición original. El juego de la oca, sería por tanto una perfecta escenificación de las fases y referencias tanto del CAMINO físico, como del espiritual.

… Y tanto los templarios, como los maestros constructores de las catedrales, conocedores y estudiosos de las tradiciones esotéricas, incluyen en su manifestaciones, de forma reiterada, todos estos elementos.

Impregnado de misterio. Empapado de la magia del Camino. Siento que algunos elementos diferentes de realidad comienzan a perfilarse, todavía esquivos. Vuelvo a dar las gracias al Camino por sus enseñanzas, y continúa la jornada con dos altos más. El de San Roque, pelado y ventoso, y el del O Poio, el techo del camino gallego con 1.335 m.

A partir de este momento se entra en la Galicia auténtica y rural, que no nos suelta ya hasta la subida al Monte del Gozo a las puertas de Santiago. Una secuencia de colinas y valles, de prados y bosques, en perfecta y continua secuencia, en otra suerte de alegoría vital, en donde cual Sísifo, subes por pendientes inclementes, en busca del cielo, y desciendes a continuación a tumba abierta para encontrar el fondo de valle labrado durante millones de años por ese arrollo serpenteante. Inofensivo.

Si en Castilla teníamos pueblos cada 10 o 20 kilómetros, en Galicia los pueblos – caseríos – se suceden hasta hacernos perder la orientación y la secuencia. Tengo que mirar continuamente mi moderno tablero de la Oca, para saber en cada momento en dónde me encuentro. Es una borrachera de verde, agua, pizarra, y olores a hornos de leña.
El Camino está perfectamente cuidado y marcado, y las gentes son especialmente hospitalarias y amistosas con el peregrino. Y la belleza tanto natural como la creada por el hombre a lo largos de cientos de años es sobrecogedora.

Puedo entender perfectamente a los que dicen que el Camino es Galicia y que Galicia es toda Camino.

…Me siento tan feliz que convierto cada pedalada en una acción de gracias, y me imagino las ruedas de oración tibetanas, que los monjes hacen girar incansables, y así siento mis pedales. Que giran y giran. Que agradecen y aprecian. Y que en veinticuatro horas ya estarán en Santiago.

ULTREIA!!!

1 comentario:

Pablo Mariani dijo...

Agradecer y apreciar... cuanta sabiduría en esas dos palabras; sin duda alguna, la representan la antesala de la felicidad...

Cheers,

Pablo.